Borges estaba fascinado, entre los muchos temas que trata
su obra, con los espejos. Piénselo, durante miles de años nadie podía ver su
propio rostro de una forma nítida, y cierto día..., ¡SOPAS!: la raza humana pudo
contemplarse y reconocerse. El ser humano pudo mirar el reflejo de su rostro en
un espejo y, a la vez, mirar el reflejo de su persona, -con todo lo que
conlleva en ello-.
Gertrud, de Carl Theodor Dreyer (1964)
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