A parte de lo chido de la música Post-Rock, hay algo que
me llama mucho la atención: los títulos de los álbumes y las
canciones que lo componen.
Y es que, algunos suelen ser títulos muy largos, otros, más bien, demasiado pretenciosos — algunos con justa razón, claro está —. Y pues está bien.
Y es que, algunos suelen ser títulos muy largos, otros, más bien, demasiado pretenciosos — algunos con justa razón, claro está —. Y pues está bien.
Pero hay algunos que suelen tener nombres muy muy cortos,
como por ejemplo, aquellos donde solo se divide el disco en cortes o
movimientos, como por ejemplo I, II, 374. Y en estos, en especial, el titulo me parece muy interesante, porque, bueno, no se pierden en dar explicaciones de por qué
se llama tal o cual tema así.
En mi opinión, esa simplicidad le otorga un grado de, por decirlo de modo, misticismo, es un “Miren, no sé cómo llamar a esto, pero es qué lo sentimos. El título es lo de menos”. No sé, quizás por eso, el post rock provoca tantas emociones.
Quizás si sea cierto eso de que un hecho debe encontrar su lugar, de lo contrario no tendrá un propósito.
En mi opinión, esa simplicidad le otorga un grado de, por decirlo de modo, misticismo, es un “Miren, no sé cómo llamar a esto, pero es qué lo sentimos. El título es lo de menos”. No sé, quizás por eso, el post rock provoca tantas emociones.
Quizás si sea cierto eso de que un hecho debe encontrar su lugar, de lo contrario no tendrá un propósito.
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