Antes, esas preguntas -y sus variaciones- de ‘¿Qué diría
el niño que fuiste, del adulto que eres ahora?’ medio me intrigaban, y pensaba
en enrevesadas interpretaciones.
En su momento -como nos pasa con montón de cosas-, lo
considere como un problema de, sí no de suma importancia, sí de algo
significativo y con cierta relevancia. Respuestas entrelazadas, y a veces hasta
evocaciones casi casi místicas (solo por llamar así al entorno metafísico y
espiritual) eran algunas de las posibles respuestas, -aunque ninguna llegó a
ser concreta-.
Por alguna razón, era algo que consideraba que requería
mi atención. En fin, con el paso del tiempo -y como pasa con un montón de
cosas- esas cavilaciones dejaron de ser importantes.
Ahora, con el paso del tiempo y los trucos que uno va
aprendiendo sobre la marcha, ese tipo de preguntas (tan relevantes y
merecedoras de toda mi atención), las resuelvo de la forma más idónea: apagando
la luz y yéndome a dormir.
¡Un momento! ¡Cómo que no era así?